20 mayo, 2009

LA BODEGA


Hace algunos años, mi familia y yo solíamos tener un punto clásico de reunión : la bodega de la tía Rosaura. La visitábamos casi siempre o pasábamos por allí a tomarnos un café o una coca-cola. También disfrutábamos acomodando estantes, limpiando lunas, atendiendo clientes o haciendo mil cosas más. 

La bodega estaba ubicada en la calle Francisco de Zela No. 496 en el barrio Chicago y por aquel entonces tenía una línea telefónica de cuatro números que aún recuerdo : cinco uno dos nueve; este era un servicio que distaba aún de ser masivo. Eran los años en que empecé a estudiar primaria en el Perpetuo Socorro. Muchas veces me quedaba a dormir allí pues era como mi segundo hogar. Allí mismo hacía mis tareas y de allí mismo iba a la escuela, de lunes a viernes.

También en la calle Zela vivían mis grandes amigos de la infancia : Willy Dávila Parodi, Jaime Quiróz Benitez, Juan Miranda González y "Pepe" Aguilar Fernández, con quienes jugábamos y mataperreábamos de lo lindo. Lamento no tener fotografías de aquella época. Todo esto fue después del gran terremoto de 1970.

La ubicación de la bodega era en una esquina y tenía cerca los mejores lugares para comprar útiles escolares; recuerdo el Bazar Sucre y la Librería Fukunaga. En aquella misma cuadra estaba también la bodega de El Chano, la Panadería Salgado y Foto-Estudio Tokio, donde todo el barrio quedó inmortalizado en negativos que capturaron gran parte de la historia generacional de Trujillo. A media cuadra, hacia el centro, se encontraba otra panadería, La Porteñita, y para el otro lado el Jardín De La Infancia No. 208, donde asistí, frente al casi centenario Club Bilis.



Mi primo PAUL IVAN ARMAS RODRIGUEZ
en la bodega a la que se refiere mi relato

Hay detalles de la bodega que se han borrado de mi mente, pero siempre me he soñado en ella, inspeccionándolo todo de forma exhaustiva para tener un recuerdo más claro al día siguiente, pensando ingenuamente que un simple sueño me pintaría esos detalles olvidados tal como eran en realidad. Los muebles, los estantes, las etiquetas de los distintos productos, etc. En aquel tiempo se vendían blondas, sesgo, broches, botones, hilos en canuto y tubino; también agujas de primus, empaquetaduras, mechas y tubos de lámpara; del mismo modo papel de carta, de oficio y sello sexto; al igual que papel de lustre, crepé, manteca y de molde, entre muchos otros productos que ahora escapan a mi recuerdo. 

Aquella bodega era muy especial para mí. En ese lugar tan memorable descubrí el sabor de las más tentadoras golosinas, pues estaba en el momento de hacer el pedido, al recibirlas y finalmente cuando se acomodaban en sus respectivos espacios. Coloridas Lentejitas,  delicados Besos de Moza, clásicos Sorrentos, crocantes Turrones, Cua-Cuas y Muguis; celestiales chocolates Sublime, Golazo, Princesa y el inacabable Triángulo. En realidad, eran muchos nombres más, pero son éstos los que recuerdo con facilidad, sin contar los caramelos de limón, las peritas, las gomitas y los marshmelos, todos estos venían sueltos y se guardaban en frascos barrigones de boca ancha.

Historia aparte era la Coca-Cola, en el mejor y más clásico de sus envases. Del mismo modo la Bidú Cola, la Concordia, la Crush y la Cassinelli. La Canada Dry era una bebida un poco más seria y la compraban muchas veces como una solución para problemas estomacales. Era deliciosa. También ahí abrí por primera vez una botella de Ginger Ale, de color ámbar, la cual tenía un sabor tan picante que servía para preparar tragos.



Lo bueno de vivir en aquella entrañable bodega era que tenía permiso para probar todo lo nuevo que llegara, si de golosinas se tratase. Pero en algunas ocasiones, con mucho sigilo y con el mayor de los ímpetus, solía saquear los frascos de toffees, los dispensadores de chiclets, las cajas de bombones y los exhibidores con los chocolates más tentadores, saboreándolos con fruición. Probaba diferentes pastelitos y me proveía de caramelos de todas las formas y colores para llevar a la escuela. Si no llegué a convertirme en un niño alcohólico fue porque las botellas de licor estaban demasiado altas para mi pequeña estatura, aunque confieso que sí llegué a probar el cognac, el stronger, el Cinzano, la popular Guinda De Huaura y las distintas marcas de cerveza, incluida la Maltina.

De los parroquianos que visitaban la bodega de la tía Rosaura, recuerdo claramente a la familia Sanjurjo, integrados por don Ramón, doña Zoila, Chena y Ramoncito. Recuerdo también a un caballero invidente que llegaba a hablar por teléfono; mucho después me enteraría que se trataba de don Pedro Álvaro Alva Navarrete, quien luego sería fundador y director de. Centro de Educación Básica Especial "Tulio Herrera León". Y entre las personas que llegaban a tomarse un cognac o traguito corto preparado con Ginger Ale a un caballero de largas y peculiares cejas, cuyo apellido se perdió en mi olvido. Del mismo modo don Luis Noriega Jara, quien sería luego propietario de ese local.

Lo más bonito de estos hermosos momentos, que son los que forman nuestros mejores recuerdos, es que podemos seleccionarlos y guardarlos como caramelos en las pequeñas celdas de nuestro cerebro.


 


Ahora, en la adultez, cuando siento la extrema necesidad de degustar aquellos recuerdos de mi niñez, abro con extrema delicadeza esas pequeñas cajas, tal como abriría un añorado álbum de fotografías o un estuche con la más preciada de las joyas.



5 comentarios:

Unknown dijo...

wuauuuu, qué recuerdos!!!... un poquito parecidos a los mios... pero una vez más alabo y doy gracias a Dios por que tengas esa sensibilidad, que se percibe a través de tus escritos..... gracias por transportarnos a momentos tan queridos, a insentivarnos para soñar y traer esos recuerdos.... Un beso
Yrma

Anónimo dijo...

Hola Jorge,
Tu relato me hizo recordar en algo a la obra "Platero y yo" de Juan Ramón Jimenez, pero, hay veces que relatas los hechos como algo tuyo y a renglón seguido te desafectas, Ej. sonaria mejor que la vista de la bodega diga "la bodega de mi (0 la) tia rosaura.

Supongo que has leido, pero si no lo hiciste te recomiendo hojear "Platero y Yo" aqui mismo en Google
Saludos
Marco T.

Azariel dijo...

Jajaja! me hiciste recordar el negocio de mi famila... yo tambien asaltaba rerozmente todos los dulces del lugar, y muchas veces mis pequeñas orejas sufrieron el castigo.

)Azariel(

Anónimo dijo...

Si, vaya q recuerdos... los mejores años... 1 siglo pasado... eran otras epocas... uno leia libros y no habia internet, uno veia dibujos en blanco y negro o a color, no las cosas animadas de hoy... eran mejores tiempos. Todo era mas sano

Carlos dijo...

Que recuerdos..., yo colecciono miniaturas o cosas de canje esas que se canjeaban en las bodegas alguien tendrá para vender o cambiar?
Atte.
Carlos (nextmarketing@msn.com)