22 julio, 2018

HERMANOS


Para ir a Paiján era necesario esperar aquel viejo Oropesa cuyas junturas sonaban y resonaban a lo largo del polvoriento camino. Sin embargo cuando se es niño, cualquier viaje se vuelve importante y crea ilusión. En esa localidad vivían mis primos Carlos y Yolanda.

La casa de los Castillo-Urbina era amplia y acogedora. Se ingresaba traspasando una pequeña reja que daba paso a una entrada con coloridas macetas que ofrecían una familiar bienvenida al visitante de turno.




El tío Manuel, luego de haber tenido una surtida tienda de abarrotes y un próspero negocio de chuño, pudo invertir luego en un establo y una granja, con los cuales no le fue nada mal. La tía Olga, a quien recuerdo siempre con su delantal de cocina, se ocupaba fervorosamente en atender a su esposo y en la crianza de sus dos hijos.

Mis primos Carlos y Yola eran mayores que yo, motivo por el cual cuando yo iba de visita permanecía tímidamente sentado observando su ir y venir. Carlos era en realidad un principito en ese pequeño castillo y Yola la engreída de casa.

Fueron pocas las veces que fui a Paiján pero las suficientes como para moldearse dentro de mi memoria. Con el tiempo, los primos irían a estudiar a Trujillo, Carlos en la Gran Unidad Escolar y Yola en San Vicente de Paúl. Ambos tenían mucho en común, tanto en lo físico como en su forma de hablar.


   


Jamás me desvinculé de aquellas hermosas manos que asían la mía permitiéndome formar parte de pequeños paseos, esos que con el tiempo se tornarían en inolvidables recuerdos.

Los años pasarían luego y esos paseos se harían cada vez más distantes. Carlos terminó sus estudios por correspondencia y se convirtió en técnico electricista. Tanto él como Yola lograron tener una familia aunque él no logró conservarla y se fue a trabajar fuera del país.

Pero todos vuelven... Ambos hermanos, tan parecidos y distantes a la vez, han coincidido ahora en un viaje sin retorno, como intentando una complicidad con el tiempo que alguna vez los separó o como queriendo cerrar el círculo casi perfecto de sus propias existencias.

La casa de Paiján languidece hoy privada de sus habitantes originales, de la abuela Florinda, de la grave voz del tío Manuel, de la complaciente bondad de la tía Olga, las sonoras carcajadas de un loco solitario y de la sonrisa única de Yolita.



CARLOS CASTILLO URBINAJunio 15, 2018.
OLGA YOLANDA CASTILLO URBINAJulio 19, 2018.

1 comentario:

Unknown dijo...

MUY BUENO TU COMENTARIO PRIMO, NO TE CONOCÍA ESOS EXCELENTES DOTES DE ESCRITOR, NARRADOR, HISTORIADOR.... QUE BUENO PRIMO, NOS HAS HECHO RECORDAR ESOS LINDOS MOMENTOS CON FOTO INCLUÍDAS. HAS MENCIONADO HASTA ESE ANGEL QUE SE LLAMÓ TIA FLORINDITA, LA TIA OLGA EL TÍO MANUEL EXCEKENTE RELATO.