01 abril, 2021

EL SOLDADO MORENO


Mi padre siempre tenía presente la época en que hizo su servicio militar obligatorio en Talara. Lo traía a colación con frecuencia durante algún desayuno o almuerzo familiar. Recordaba arengas y tarareaba marchas de una manera sorprendente. Sería muy complicado seguirle la huella en esos años, pero según su antiquísima Libreta de Matrícula para Tropa, inició su servicio el 1 de Marzo de 1948 y lo finalizó el 31 de Diciembre del año siguiente.

No se necesita estudiar mucho ni estar preparado para ser un buen padre, pero sí rendir un examen final, un examen de suficiencia que mi padre aprobó con honores, con la mejor de las notas. Los resultados saltan a la vista y en su caso no existe maestría ni doctorado que lo supere. Después de todo, llevar una vida familiar exitosa es lo más cerca que se puede estar a la felicidad, si acaso ésta existiese completamente.




Cómo quisiera poder viajar en el tiempo y conocer al soldado Moreno, a aquel saludable muchacho de escasos veintiún años que iniciaba su servicio a la patria y que no tenía idea de lo que el destino le depararía junto a Bertha Dolores, mi madre y a la sólida familia que ambos lograron formar.

Todavía recuerdo, padre, aquellas madrugadas aún a oscuras, en que sentía tus pasos alistándote para ir a trabajar, infaltable, puntual. Día a día, año tras año, con aquella juventud, energía y entrega que uno tarda en reconocer. Recuerdo también las celebraciones en familia, la casa, los amigos, aquel tiempo que pensamos sería eterno pero que cuando se va no vuelve más.

De pronto aquella energía fue mermando, padre. Tus pasos lentos resuenan en mi mente y se me ocurre compararlos con los de aquel marcial soldado que siempre fuiste, frente a la tropa, frente a la vida, frente a todo.


 



1 de Marzo, 2021

Hoy día has dejado de sonreír y de mirarnos con esos ojitos nublados por tantas horas insomnes producto de tu larga vida, oh padre. Ya no repetiremos las palabras para que logres oírnos, ni rozaremos las copas luego del discurso de apertura, ni escucharemos tus relatos de sobremesa. 

Tanta fe y tanta bondad te han puesto en un nivel diferente a nosotros, tus hijos. Pero ese encuentro con Dios para el que tanto te preparaste con oración y devoción, no ha sido traumático ni doloroso para ti, como temíamos; hasta en eso fuiste cuidadoso.

Duele mucho, padre. Duele haber sido tan rutinario pudiendo haber hecho tantas cosas más. Pero sé que lo poco que pudimos haber hecho por ti fue bueno pues siempre nos lo hacías saber. Ese es el recuerdo más hermoso que perdurará por siempre, hasta que nos volvamos a encontrar en aquella dimensión que tanto nos repetías, oh amado padre, y que desde ahora anhelaré.



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