28 agosto, 2021

EL MEJOR AMIGO


Ahora que Tobby "el Cariñoso", a punto de cumplir quince años, ha emprendido su viaje sin retorno, dejando una estela de tristeza en sus dueños, recuerdo con nostalgia algunos nombres, imágenes o sólo referencias de canes que ocuparon mi mente o casa antes que él.





Panamito obtuvo su nombre, lógicamente, por el color y tamaño de la leguminosa. Fue un perro amoroso que acompañó a mi familia materna a inicios de los años cincuenta en la localidad de Mocan, en su periplo desde Contumazá y antes de echar raíces en Trujillo. Por aquella época, los animales pertenecían al lugar donde nacían. Por eso, cuando llegó el día en que mi familia emprendería el viaje definitivo, tanto Panamito como el gato sin nombre que le hacía compañía, tuvieron que cambiar de dueños y sólo se limitaron a verlos partir, no sin profunda tristeza.

Instalados ya en nuestra casa del barrio Chicago, surgió Cuto, una nueva mascota tratada como el Perrito, pues así lo llamaba abuelita Victoria. Su color era negro y fue el engreído de casa por mucho tiempo. Ahora, después de tantos años, lo menciono en estas líneas sin haberlo siquiera conocido y sin tener ninguna foto ni de él ni del inolvidable Panamito.

En 1959, tío César, que por entonces tenía dieciséis años, logró tomarse una fotografía con Suiza, una de las dos mascotas boxer que los hermanos Hugo y Willy Lang poseían en Panadería y Pastelería Suiza, tradicional local ubicado en la cuadra 6 del jirón Francisco Pizarro, donde él trabajó por una temporada.

Cada febrero, recibíamos la muy esperada visita de tío Félix, tía Blanquita y mis primas Rocío e Yrene, quienes llegaban en su ford fairland convertido en un pequeño hotel y acompañados de Nerón, un cruce de san bernardo con pastor alemán, que solía unirse a nuestros juegos de niños y era el protagonista de muchos paseos en aquel recordado automóvil. Como Nerón vivía en esos días su transición de cachorro a jovencito, una de aquellas noches de intenso verano entró a uno de los cuartos y salió llevando entre sus dientes una prenda interior femenina, la cual ninguna de las damas presentes quiso reconocer de su propiedad; sabido es que todas las mascotas suelen ser así de indiscretas.





Cómo no recordar a Duque y a Milord. Ambos eran perros cruzados, bravos y fieles, como suelen ser estos animales cuando se les brinda un hogar y mucho cariño.

Con el pasar de los años, a la bodega de tía Rosaura llegaban algunos perritos extraviados y solían estar sólo un momento pues luego se marchaban o sus dueños daban con ellos. En una ocasión llegó uno muy peludo que pasó la primera noche en la calle y a partir de la segunda ya guarecido bajo el techo de la bodega pues tosía demasiado. Como nadie apareció para reclamarlo, Mugui llegó para quedarse. Le pusimos ese nombre debido a un chocolate con centro de arroz tostado que apareció en aquella temporada y básicamente por el peludo personaje de los comerciales de la marca Motta. Tenía el pelo plomo cenizo; no era un perro de raza pero sí muy inteligente. Con el tiempo, mis hermanos y yo lo adoptamos, convirtiéndose en la mascota de nuestras vidas. Mugui solía calcular la hora en que mi madre llegaba a casa cuando salía a hacer alguna visita, para fielmente esperarla en el paradero, de donde se le veía venir muy emocionado retozando y moviendo la cola sin cesar. Mugui nos acompañó muchos años y al final enfermó. Ahora que Tobby terminó sus días, casi de la misma forma, no hago más que comparar y entender toda la tristeza que esto ocasiona.

Por aquellos años, desde su trabajo en la sierra del país, mi primo Luis Alberto nos presentaba a Káiser, un hermoso pastor alemán, "integrante" también del Ejército Peruano.





Quien dejó en mí la huella de sus dientes fue el bravo Rintintín. Tenía yo la tarea de dejar el almuerzo para mi prima Elsa y se me había advertido que no ingresara a casa por la puerta del callejón sino que tocara antes, pero desobedeciendo la orden entré sigilosamente, creyendo que podía engañar al oído del perro, el cual se abalanzó sobre mí. Este perro era negro, bravísimo, de propiedad de tío Arcenio y tía Margarita. Cuando la familia se mudó a nuestra pequeña chacra en el Fundo Larrea, Rintintín embraveció aún más y tuvo que ser amarrado a una higuera, donde empezó a compararse ya con el perro de La Profecía. Un día logró alcanzar a Mugui, que estaba de visita, y lo sacudió tanto entre sus dientes que por poco acaba con su vida.

En la misma chacra conocí a Blanca, una dulce perrita, muy cuidadora, que obtuvo su nombre por llevar un círculo blanco alrededor de uno de sus ojos. Luego, en tiempos más modernos, vendría Kiara, que vivió ya en la ciudad, en casa de mi prima Meche.

Después de esto, ya en nuestra casa actual, desfilaron Mugui II, Centello y Chano. Mugui II era un perrito tranquilo. Pero a comparación de las delicados y nobles perros que habíamos tenido antes, Centello era un perro grande y sin muchos modales, que nos podía arrancar un dedo si intentábamos darle de comer directamente en el hocico; se alimentaba de lo que buenamente podíamos darle y le encantaba la cáscara de camote sancochado. Chano, en cambio, era un perro pequeño de mejores modales que solía molestarse con su propia cola, persiguiéndola sin parar.

La nueva generación de mascotas de mis primos menores, es digna de resaltarse : Pelusa y su descendiente directo Pelusín, que pertenecieron a mi primo Paulo César. También Campana, la perrita pelada  peruana, propiedad de mis primas Mily y Aracely. Luego vendrían Perla Negra y Tyson.








También debo mencionar aquí a un perro de raza boxer llamado Duque, que acompañó por algún tiempo a tío César en su casa de la urbanización Santa María. Este perro era muy inquieto y juguetón, pero noble. Imagino que desde que conoció a Suiza, allá en su lejana juventud, tío César quedó prendado con los perros de raza boxer.

Boxer también fue la traviesa Chica, que llegó a casa de mi prima Irma en Playa Colorada. Cuentan de Chica que en una ocasión y por descuido, devoró en cuestión de segundos una bolsa entera de las cotizadas chancaquitas trujillanas que habían volado varias horas desde Lima para endulzar el paladar de sus dueños.





Brandon, juguetón y de gran presencia, vivió en casa de mi prima Patty. Chesty Jason en casa de mi primo Gerardo, en distintas épocas. Y Boy era el diminuto perro de mi prima Eugenia, un ladrador nato. Todas estas mascotas formaron parte de la familia y son parte de historias destinadas a recordarse siempre.




Y cierro este recuento mencionando al cariñoso y longevo Kevin, viajero constante y merecedor de muchos cuidados por parte de sus dueños : Rosaura y Eduardo.

Es probable que estas almas sencillas graviten en una dimensión a la que no tenemos acceso y nos observen e inclusive nos ladren desde allá sin tener nosotros la capacidad de escucharlas. Indudablemente, a estos animalitos siempre les guardaremos un sentimiento muy especial.






Todas las imágenes son de mi colección personal, a excepción de :
Mugui, de Motta, extraída de la página ArkivPeru.com
Chica y Jason, tomadas de Facebook.
Brandon y Kevin, cortesía de Sergio Terán Sánchez y Eduardo Armas Jara, respectivamente.


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