Mayo 19, 2010
Encorvada y delgada, la mujer cruzó el umbral de la puerta con los ojos clavados en el piso, casi descalza. La acompañaba otra mujer mucho más joven. Su rostro delataba una inquietud interior y sus húmedos ojos parecían dos planetas tristes. Llevaba los brazos pegados al cuerpo, horizontales, y sus delgadas piernas parecían sostenerla de milagro. La hija, delgada también pero mucho más erguida, fácilmente podría haberse confundido con una niña, de no ser porque llevaba un hijo cargado a la espalda; sus rasgos mostraban una lozanía natural, su figura era ligera, su mirada penetrante e inquisitiva.
La mujer mayor me miró con consternación, tímida, mientras sus labios suplicaban palabras que de momento me sorprendieron : Ya no me lo pasen, señor, por favor, porque él ya no está, dejando que la tristeza aflorara acuosamente en sus diluidos ojos. Juntó las manos y miró hacia el techo. Sus dedos, escondidos, recorrieron la raída ropa que llevaba puesta y un papel amarillento tomó forma entre ellos. La hija cogió el documento y me lo entregó, desafiante, dando golpecitos con el revés de la mano al pequeño que dormitaba.
La mujer mayor me miró con consternación, tímida, mientras sus labios suplicaban palabras que de momento me sorprendieron : Ya no me lo pasen, señor, por favor, porque él ya no está, dejando que la tristeza aflorara acuosamente en sus diluidos ojos. Juntó las manos y miró hacia el techo. Sus dedos, escondidos, recorrieron la raída ropa que llevaba puesta y un papel amarillento tomó forma entre ellos. La hija cogió el documento y me lo entregó, desafiante, dando golpecitos con el revés de la mano al pequeño que dormitaba.
El pueblo entero había escuchado el nombre de Suriano Olmedo a través de las ondas radiales, por más de una semana. Se le instaba a presentarse en nuestra improvisada oficina electoral para recoger sus credenciales, se le decía que tenía que cumplir con su deber cívico, que no podía fallarle a su país, que lo hiciera de inmediato, pues de no acudir la sanción sería drástica y ejemplar.
La mujer se secó los ojos y me miró suplicante, una vez más. En aquel momento comprendí su dolor y el modo como cada aviso emitido en la radio tantas veces laceraban su corazón de madre. Le dije que no se preocupara más, que su hijo sería borrado de la lista y que otro poblador ocuparía su lugar.
La madre agradeció, miró esta vez al suelo y exhaló un hondo suspiro, tosió secamente mientras las primeras gotas de lluvia empezaron a golpear con fuerza los tejados. Aquella tarde y muchas más, el cielo se portaría igual, descargando su contenido sobre el pueblo y todos los caseríos cercanos.
Recuerdo a muchas personas de San Ignacio, que es como se llama este lugar, pero recuerdo sobre todo a esa mujer, noble y humilde, arrebozada en su pañolón, guardando la memoria del hijo mayor muerto, con el cual seguramente se le fue media vida. Jamás dejó ver sus manos, tal vez deformadas por el duro trabajo en la chacra y la crianza de los hijos y nietos, como es costumbre en las zonas pobres de nuestro país. La recuerdo luego, mirándome por última vez. No se me ocurrió otra cosa más que sonreírle y poner mis manos sobre sus hombros, como una amable forma de demostrar mi adhesión y respeto hacia el finado.
La madre agradeció, miró esta vez al suelo y exhaló un hondo suspiro, tosió secamente mientras las primeras gotas de lluvia empezaron a golpear con fuerza los tejados. Aquella tarde y muchas más, el cielo se portaría igual, descargando su contenido sobre el pueblo y todos los caseríos cercanos.
Recuerdo a muchas personas de San Ignacio, que es como se llama este lugar, pero recuerdo sobre todo a esa mujer, noble y humilde, arrebozada en su pañolón, guardando la memoria del hijo mayor muerto, con el cual seguramente se le fue media vida. Jamás dejó ver sus manos, tal vez deformadas por el duro trabajo en la chacra y la crianza de los hijos y nietos, como es costumbre en las zonas pobres de nuestro país. La recuerdo luego, mirándome por última vez. No se me ocurrió otra cosa más que sonreírle y poner mis manos sobre sus hombros, como una amable forma de demostrar mi adhesión y respeto hacia el finado.
El cielo lloraba y el cieno empezaba a formarse. Yo, de pie en la puerta de aquella oscura oficina, veía a las dos mujeres alejarse lentamente hacia el calor de su hogar. Las obras se ejecutaban con parsimonia en las calles del centro poblado. Algunos obreros conversaban y reían, se alistaban para regresar a sus casas o posadas después de una jornada más. Las luces tenues de algunas casas, se encendieron en las adormecidas calles. Un volquete se balanceó zigzagueante, enderezándose luego con rapidez, levantando una gran nube de polvo que envolvió a las dos figuras de alambre que se alejaban presurosas, casi corriendo, mientras cogían sus sombreros y daban pequeños saltos para superar los charcos recién formados. Luego, la nube polvorienta desapareció para siempre con ellas.
4 comentarios:
Nuestra gente... dolida, maltratada, hasta cierto punto olvidada... Cuanto deseo se les dé la atención, facilidades y comodidades al igual que un habitante de la ciudad... todos merecemos vivir en buenas condiciones y con las mismas oportunidades... Ojalá y llegue un gobierno con esas metas. Me identifico tanto con estas historias...
la vida va y viene, cada cual lleva su procesión por dentro. pero es su procesión, yo tan solo puedo verla pasar. y lo mejor que puedo hacer es sonreir para contagiar esa sonrisa.
Como siempre logras (con cariño lo tuteo) hacerme viajar. Colores sepia, y olor a tierra mojada, luz de ampolleta polvorienta... impregnado de sentimiento de madre.
Mis mas afectivos cariños, mi buen amigo.
)Armando( (de apellido Soriano)
Las madres pobres de nuestro pais, que fuertes son, porque sufren tantas carencias, especialmente de amor y comprension de parte de las otras personas, si pudieran pasar por un momento por ese sufrimiento , las comprenderian y las tratarian con mayor consideracion.
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