29 junio, 2010

ÁNGEL Y RUISEÑOR


Ángel Galán, vino al mundo un día como hoy en Monreal del Campo, una pequeña y hermosa ciudad ubicada en Teruel, Aragón. Su nombre completo es Pedro Ángel Martínez Garcés (Ángel por su abuelo). De niño perteneció al Mater Amábilis, una escolanía de los padres jesuitas ubicada en Madrid. Desde pequeño tuvo una voz privilegiada. A los nueve años de edad ya era conocido como Pedrín, el ruiseñor de Monreal, fue campeón nacional de jota y recorrió casi toda Europa cantando villancicos.

"Pedro Martínez Garcés fue un infante de voz preciosa", publicó el Diario ABC de España en su sección musical un 30 de Noviembre de 1966.



Después de realizar el servicio militar, graba sus primeros sencillos : Hablar de Amor y Hojas Secas. A los veinte años, Angel Galán participa en el Festival de Benidorm-1975 y logra la cuarta ubicación con la canción Quiero Que Sepas. Ese Festival era muy famoso en España y sirvió para impulsar la carrera de muchos cantantes hacia el resto del mundo.

Grabó su primer disco larga duración con bellas composiciones, de donde podemos extraer dos que le sirvieron de promoción en toda Latinoamérica : No Podrás Olvidarlo Nunca y Yo Pronuncio Tu Nombre. Su segundo disco, compartido con otros cantantes españoles como Braulio, Emilio José y Andrés Do Barro, fue titulado Los Cantautores Cantan sus Poemas, para el sello discográfico Belter.


En todo este tiempo, Pedro Ángel no ha parado de cantar ni de escribir. Tal vez en su tiempo no fue muy reconocido ni se le hizo una promoción adecuada, debido a que Belter andaba escasa de recursos en el momento de su fichaje.

Actualmente, Pedro Angel integra junto a sus hermanos Luis Javier y María Jesús el grupo Armonía del Jiloca, e interpretan jotas y música folclórica aragonesa, siempre bajo la atenta mirada de un público que lo siguió desde muy niño y a quien siempre ha entregado su arte y su voz, todo a cambio de ese maravilloso sonido que sólo tienen los aplausos que salen del alma, según sus propias palabras.



" Estoy seguro que otra boca mis besos borrará
pero la esencia de aquel sentimiento en ti quedará "



______________________________________________________________________________

Fuente de Datos : PEDRO ÁNGEL MARTÍNEZ GARCÉS

______________________________________________________________________________


______________________________________________________________________________



25 junio, 2010

UNA MADRE HERIDA


Mayo 19, 2010

Encorvada y delgada, la mujer cruzó el umbral de la puerta con los ojos clavados en el piso, casi descalza. La acompañaba otra mujer mucho más joven. Su rostro delataba una inquietud interior y sus húmedos ojos parecían dos planetas tristes. Llevaba los brazos pegados al cuerpo, horizontales, y sus delgadas piernas parecían sostenerla de milagro. La hija, delgada también pero mucho más erguida, fácilmente podría haberse confundido con una niña, de no ser porque llevaba un hijo cargado a la espalda; sus rasgos mostraban una lozanía natural, su figura era ligera, su mirada penetrante e inquisitiva.

La mujer mayor me miró con consternación, tímida, mientras sus labios suplicaban palabras que de momento me sorprendieron : Ya no me lo pasen, señor, por favor,  porque él ya no está, dejando que la tristeza aflorara acuosamente en sus diluidos ojos. Juntó las manos y miró hacia el techo. Sus dedos, escondidos, recorrieron la raída ropa que llevaba puesta y un papel amarillento tomó forma entre ellos. La hija cogió el documento y me lo entregó, desafiante, dando golpecitos con el revés de la mano al pequeño que dormitaba.




El pueblo entero había escuchado el nombre de Suriano Olmedo a través de las ondas radiales, por más de una semana. Se le instaba a presentarse en nuestra improvisada oficina electoral para recoger sus credenciales, se le decía que tenía que cumplir con su deber cívico, que no podía fallarle a su país, que lo hiciera de inmediato, pues de no acudir la sanción sería drástica y ejemplar.

La mujer se secó los ojos y me miró suplicante, una vez más. En aquel momento comprendí su dolor y el modo como cada aviso emitido en la radio tantas veces laceraban su corazón de madre. Le dije que no se preocupara más, que su hijo sería borrado de la lista y que otro poblador ocuparía su lugar.

La madre agradeció, miró esta vez al suelo y exhaló un hondo suspiro, tosió secamente mientras las primeras gotas de lluvia empezaron a golpear con fuerza los tejados. Aquella tarde y muchas más, el cielo se portaría igual, descargando su contenido sobre el pueblo y todos los caseríos cercanos.

Recuerdo a muchas personas de San Ignacio, que es como se llama este lugar, pero recuerdo sobre todo a esa mujer, noble y humilde, arrebozada en su pañolón, guardando la memoria del hijo mayor muerto, con el cual seguramente se le fue media vida. Jamás dejó ver sus manos, tal vez deformadas por el duro trabajo en la chacra y la crianza de los hijos y nietos, como es costumbre en las zonas pobres de nuestro país. La recuerdo luego, mirándome por última vez. No se me ocurrió otra cosa más que sonreírle y poner mis manos sobre sus hombros, como una amable forma de demostrar mi adhesión y respeto hacia el finado.

El cielo lloraba y el cieno empezaba a formarse. Yo, de pie en la puerta de aquella oscura oficina, veía a las dos mujeres alejarse lentamente hacia el calor de su hogar. Las obras se ejecutaban con parsimonia en las calles del centro poblado. Algunos obreros conversaban y reían, se alistaban para regresar a sus casas o posadas después de una jornada más. Las luces tenues de algunas casas, se encendieron en las adormecidas calles. Un volquete se balanceó zigzagueante, enderezándose luego con rapidez, levantando una gran nube de polvo que envolvió a las dos figuras de alambre que se alejaban presurosas, casi corriendo, mientras cogían sus sombreros y daban pequeños saltos para superar los charcos recién formados. Luego, la nube polvorienta desapareció para siempre con ellas.