12 abril, 2009

LA NIÑA DE LOS ZAPATITOS BLANCOS


He despertado a medianoche debido al ruido constante de los insectos. En toda casa vieja los hay. Ese aleteo antes de iniciar el verano pertenece a las polillas, listas a perder sus alas y adentrarse en los cajones para acabar con todo lo que encuentren, madera mal tratada, documentos, fotografías y un sinfín de añosos recuerdos. Su arduo trabajo dentro no sólo de los cajones sino de los lugares más ocultos y menos pensados trae muy malos resultados. En una oportunidad, mi madre las halló intentando invadir su máquina de coser. No dejan lugar sin visitar.

Al día siguiente me armo de valor y empiezo con el trabajo tantas veces postergado. Pequeñas cajas de cartón me invitan a buscar, revisar y a desechar. Esto es un manjar para los bichos. Algunos capillos amarillentos y estampitas de primera comunión caen al piso prácticamente pulverizados. Un catecismo de tapa dura traspasado de lado a lado. La polilla no respeta nada. Fotos, muchas fotos familiares, algunas de personas totalmente desconocidas, otras parcialmente rotas y claro, los cuerpos vivos de estos pequeños seres otrora alados que intentan alcanzar la oscuridad al verse descubiertos y expuestos. Es necesario hacer una selección, dejarse de sentimentalismos y empezar a botar todo lo averiado. En la vida hay que ser prácticos y no vivir de tantos recuerdos decolorados por el tiempo.

Una pequeña foto se escapa de mis manos y cae al suelo. Está muy vieja, algo húmeda y rota en una de sus esquinas. Es la de una niña, desconocida sin duda. Debe tener unos cuatro o cinco años. Dudo que haya alguien que pueda identificarla. Estoy a punto de romperla pero me detengo. La observo una vez más; su mirada me parece conocida. Bueno, en realidad, la niña de la foto parece algo malhumorada, pero tiene mucha gracia. Lleva puesto un vestidito bastante modesto, lazo en el cabello, collar, un ramito de flores en la mano, carterita y unos peculiares zapatitos blancos. Pero, quién la conoce? He cogido la foto con mucha delicadeza y trato de unir la parte seccionada. La mostraré a toda la familia e indagaré; si nadie la reconoce, dejará espacio en el cajón para cosas más importantes y menos deteriorables.




Estoy en casa. Han pasado varios días desde que descubrí aquella pequeña fotografía pero al fin logré saber de quién se trata. Ahora, tiene un lugar muy especial en la casa familiar.

Una lluvia débil ha empezado a caer. El estío ya se muestra en todo su esplendor, pero en casa jamás dejamos de tomar café, mientras más caliente mejor. En la gran mesa del comedor hay una tela hilvanada, muchos alfileres, moldes, una revista Burda e hilos de muchos colores. El sonido de la máquina Singer se mezcla con el de la tetera que empieza a hervir. Me acerco a la puerta y, en un extremo de la habitación, la niña de los zapatitos blancos pedalea sin cesar.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es ironico verdad? una foto que no llamaba mucho la atencion, como llego a despertarte tanto interes hasta descubrir que era mama, la que hoy y siempre fue la persona mas importante para nosotros y quien logro rodearse de una gran familia. Gracias a ella estamos todos en este mundo y le estaremos siempre agradecidos. Nunca voy a olvidar esa maquina de coser de pedal y los muchos moldes de papel periodico arrollados y algunos amarillos por el tiempo. Lo estas haciendo bien Jorge sigue escribiendo. Vero

Anónimo dijo...

Claro Jorge!! la maquina singer necesaria para empezar, a veces a falta de motor y solo el pedal por usar las madres tienen a un gran motor que es la familia.
Saludos
Hugo